Estamos inmersos en una cultura de resultados. Poner el foco en los resultados se ha convertido en una de las competencias más valoradas para la mayoría de las organizaciones.
Sin embargo, si dedicamos un poco de tiempo a reflexionar, podremos observar que los resultados, realmente, son una consecuencia que tiene lugar cuando las cosas se hacen bien, es decir, cuando existe un buen proceso. Si definimos un buen proceso, los buenos resultados van a venir de manera natural.
Poner foco en el proceso implica poner atención a cómo queremos organizarnos, cómo queremos hacer las cosas, qué valores necesitamos para conseguir el objetivo, qué clima emocional va a necesitar el equipo. Si mantenemos el foco en el proceso, los resultados llegarán por sí mismos.
Podemos definir un objetivo e identificar el lugar al que deseamos llegar: EL RESULTADO.
Después conviene detenerse a pensar un poco en el proceso:
Cuando esto está bien definido, acordado y consensuado con el equipo, ya no queda más que ponerse a ello, enfocándose en lo planificado, cada uno en el rol que le corresponde, poniendo la atención en el aquí y ahora, disfrutando del camino, aprendiendo a cada paso.
Y en los casos en los que las circunstancias se complican y el entorno se vuelve más difícil, es precisamente cuando se vuelve imprescindible mantenerse en la confianza de que los resultados llegarán; una vía para evitar perder los nervios y tomar decisiones precipitadas.
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